Los Lakers se salvan por los pelos

Fue, probablemente, un momento de alivio más que de alegría. De esos de madre mía, de la que nos hemos librado. Brooklyn Nets es un equipo en tanking furioso, que apila derrotas para intentar recuperar terreno en la carrera por los puestos más altos del próximo draft: es el séptimo peor de la NBA, 14-28 ahora; Ocho derrotas en diez partidos, quince en 19. Su excelente inicio de temporada ha complicado la voluntad de los despachos por reconstruir desde el fondo, con una elección muy alta en el prometedor draft de 2025. Eso, y el hábito de competir duro siempre, sean cuales sean las circunstancias, que está instalando, una cultura, férrea, Jordi Fernández, cuya labor es intachable en lo que le toca. Lo demás, no lo puede controlar. Juega con las cartas que le da la franquicia.

Competir duro… casi siempre. Los Nets venían de una derrota escandalosa, la peor de su historia y la décima más dura que ha visto la NBA: 126-67, un -59 en el otro partido en LA, en pista de los Clippers. Una de esas noches que manda los focos de la prensa nacional sobre esa reconstrucción, de pinchazo en pinchazo. Un trago molesto que enviaba a los Nets moribundos al doblete angelino en pista de los Lakers. Sin Cam Johnson ni Cam Thomas, lesionados, traspasados ya Dennis Schröder y (precisamente a los Lakers) Dorian Finney-Smith. Otra noche complicada o, para los optimistas, una oportunidad para recuperar orgullo, el pulso, después de la debacle en Inglewood. Hubo de eso… y además casi, casi con victoria. Por eso, para la afición del Cryto.com Arena, que nunca sabe qué se va a encontrar cuando llega al pabellón, el final del partido fue un momento de alivio. Más que alegría. Menos mal.

Porque los Nets (102-101 final) tuvieron un tiro para ganar y dejar en un sonrojo muy serio a los Lakers. Peor: el tiro, la bala de plata, lo tuvo D’Angelo Russell, el traspasado en diciembre, el jugador del permanente sí pero no (más no que sí, en realidad) en L.A., una historia de dos capítulos sin final feliz. Un 102-95 a falta de dos minutos y medio y tras alley-oop Austin Reaves-LeBron James, parecía margen suficiente, y más contra un rival tan acostumbrado ahora a perder, para unos Lakers que, sin embargo, volvieron a demostrar que una de las especialidades de la casa es meterse en líos y complicarse victorias que parecen, como mínimo, encarriladas. A veces sala cara, a veces cruz. Un 0-6 llevó a ese pasmoso 102-101 antes del último ataque, que Russell falló porque intentó un triple forzado, demasiado atraído por la idea del revenge game, el gran highlight de la noche, un historión de poca monta. Russell (bien antes: 19 puntos, 8 asistencias, en total 5/10 en triples) falló tres veces en esos dos últimos minutos, apretando para ser el héroe.

Los fallos de Russell fueron el reverso de los de Reaves, el jugador que pasó a ser base con plenos poderes tras la salida, vasos comunicantes, de Russell. Otros tres errores, tres opciones de sentenciar que se fueron al limbo, complicaron la cosa y llevaron a ese final con el agua al cuello, la moneda en el aire. Reaves no supo sellar, una mancha a última hora, el partido en el que batió su récord de anotación en la NBA: 38 puntos, con un 13/23 en tiros. En el último cuarto llevaba 15, y tres triples, así que las bolas calientes fueron para él. Junto a LeBron (29+7+8), 25 de los 30 puntos del equipo en esos doce minutos finales. Y un 25/40 en tiros, en todo el partido, por el 13/42 del resto de sus compañeros. En fin, los Lakers suspiraron aliviados, enlazan dos victorias (Heat y Nets) después del desastre contra los Spurs y llegan en 22-17, sextos del Oeste, al duelo de mañana contra los Clippers, que están 23-17, quintos. De ese partido dependerá con qué cara acaban una semana extraña, otra más un equipo con en permanente crisis de definición.

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Una excusa para los apuros y para un partido tan mediocre, si es que vale alguna contra unos Nets casi desmantelados, es la ausencia de Anthony Davis, control de su peligrosa fascitis plantar, y Finney-Smith, que acaba de ser padre. Cualquier partido sin Davis se convierte en un mal trago para unos Lakers desguarnecidos, pequeños y siempre sin Christian Wood y Jarred Vanderbilt, que se pasan la vida a puntito de volver. No hay noche en la que, por unas cosas u otras, no falten al menos cuatro de los que deberían formar la rotación principal de ocho o nueve jugadores. Por si algún día, milagro, se ve eso, unos Lakers con todos a punto; y por si Rob Pelinka hace algo más en el mercado y pone al equipo con otro puntito de competitividad, los Lakers van, al menos, ganando partidos. Aunque sea con más sensación de alivio, de madre mía de la que nos hemos librado, que de alegría. Como esta vez.

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